viernes, 21 de octubre de 2011

El amor como motor de paz y de unión global

El amor no está de moda.

Hablar del amor a la humanidad en los tiempos que corren, equivale en términos generales a que te miren con cierto recelo, piensen que te has hecho espiritualista o seguidor de alguna secta peligrosa. O que te tachen de cursi. Si encima eres mujer, tus interlocutores adoptarán ese terrible aire de suficiencia musitando entre ellos que has perdido la cabeza. El amor a los otros ya no tiene cabida, no es un concepto “interesante“, para la sociedad actual. Lo que no quiere decir que no se practique o no haya gente bondadosa y generosa. Porque, por otra parte, el ser humano es bueno y solidario por naturaleza  y así se demuestra en cuanto aparece alguna catástrofe o algún accidente importante. En esos momentos vemos como una gran mayoría se vuelca en ayudar a los demás.

Tampoco está de moda “el prójimo”, aquel distinto de uno, aquel al que había que amar según el mensaje cristiano: “amaos los unos a los otros” o “ama a tú prójimo como a ti mismo”.

Pero ahora que “Dios ha muerto, todo está permitido...” Y el sentimiento universal del amor –laico, si se quiere- entendido como aquello que nos hace hermanarnos con todas las personas que viven en este planeta, al menos de forma teórica, ha sido sustituido por el amor al dinero o al poder. Los hombres y las mujeres, de un tiempo a esta parte, sobre todo en el mundo occidental, ya no distinguen el amor hacia el prójimo de la indiferencia. Por no decir del odio o de la ignorancia hacia ese “otro”, distinto de ti, de tus amigos, de tu familia o de los vecinos de tu terruño. Y así la capacidad responsable y desprendida de ceder, de respetar, de acoger o de ayudar se ha convertido en una necedad. No digamos la de prestar dinero, ser solidario, visitar a quien se encuentra enfermo, escuchar o sentir empatía por tu compañero o amigo. El egoísmo es lo que impera. 

La falta de tiempo y la competitividad -que hacen del otro un enemigo en potencia- o el acostumbramiento a las excesivas desgracias que aparecen en los medios escritos o en televisión, nos hace distanciarnos y volcarnos en un ensimismamiento personal egoísta. Las cosas tampoco están ahora como ayudar a los necesitados, nos decimos.

Propongo, como instrumento para el cambio, el amor fraternal entre iguales, responsablemente entendido como creación vital. Como progreso y como poder activo y positivo, sin exclusividad. Somos seres sociales y, aunque independientes, nos necesitamos unos a otros para seguir hacia delante.


El amor como forma inteligente de reconocimiento, de respeto y de aceptación de los otros y de uno mismo, como preocupación por el crecimiento y desarrollo de los que amamos, se hace necesario para la convivencia y para nuestra transformación personal y colectiva en una sociedad global nueva. Ampliándolo a una simpatía solidaria y participativa ante los problemas de nuestra sociedad y de las sociedades más remotas, ante el mundo en el que vivimos y ante el olvidado –y tantas veces torturado– reino animal.

1 comentario:

LUZ, tu amiga del cole dijo...
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