domingo, 8 de enero de 2012

Vivir, morir, tal vez soñar… Ciudades ideales a lo largo de la historia


Soñar es una prerrogativa que posee el ser humano, tiene que ver con desear un mundo mejor para sí y para los demás. Si nos circunscribimos a la arquitectura, pensadores, ciudadanos y arquitectos, han desarrollado su capacidad para imaginar, sentir y, posteriormente, construir en el espacio, lugares capaces de albergar sociedades igualitarias y libres, y que propiciaran bienestar a sus moradores.
La última fase, la de la construcción, requiere una voluntad política y una fuerte inversión económica, lo que no siempre ha sido posible. “El ser humano habita poéticamente sobre la tierra”, escribía Hölderlin. Esa querencia de un habitar poético ha impulsado el diseño, tanto sobre el papel como sobre el terreno, de diferentes ciudades ideales o utópicas, desde los griegos hasta nuestros días.
 
 
 
 La Escuela de Atenas

Empecemos haciendo un breve recorrido por el pasado, por distintas ciudades ideales, construidas o no. Vayamos, en primer lugar, a la Grecia Clásica donde ya Platón y Aristóteles, cada uno a su manera, tuvieron su particular concepción de la ciudad ideal. El primero pensaba que el espacio condiciona la vida de las personas que lo habitan mientras que, para el segundo, el espacio es independiente de las actividades que contiene. Sus ciudades utópicas respectivas, pertenecen al territorio del pensamiento y en sus reflexiones se hace patente una intención filosófica más que arquitectónica, al no pretender delinear proyectos edificables. Ambos parten de ciudades creadas más allá de una mera intuición divina, estableciendo que el ciudadano ha de ser la prioridad fundamental del lugar donde va a vivir, trabajar, descansar, relacionarse y participar en la comunidad.


Aristóteles entiende la “polis” como una entidad cultural y no en términos formales. Y al ser humano lo considera como un sujeto social. Lo que al individuo le hace merecedor del título de ciudadano no es tanto el hecho de habitar en un lugar determinado, si no el uso de la palabra cuando participa en la asamblea, y por ende en el gobierno de la ciudad. Esta participación sólo les es permitida a los varones nativos y libres, excluyendo a los esclavos, mujeres y extranjeros. Justifica, tal criticable exclusión, afirmando que las jerarquías sociales son necesarias para el bien común que antepone siempre al bien particular.


 Sforzinda de Filarte
En el Renacimiento se vuelven los ojos hacia Platón y los clásicos. Filarete realiza el diseño -no construido pero sí origen de muchas ciudades defensivas posteriores- de la ciudad ideal de Sforzinda, recogida nada menos que en veinticinco volúmenes. Su ciudad imaginaria está diseñada en forma de estrella de ocho puntas e inscrita en un foso exterior circular. El orden y la geometría se oponen al caos y al abigarramiento de las ciudades medievales. Filarete compara  Sforzinda con el cuerpo humano y cree que  debe de funcionar como un organismo comunitario, ajustarse a los deseos y a la felicidad de sus habitantes. Sus edificios deben de cumplir con los tres valores esenciales de Vitrubio: firmeza, belleza y utilidad.En el centro  de la ciudad se sitúan la iglesia y el mercado. El intercambio comercial de bienes ha sustituido a la participación asamblearia de los griegos, aunque el poder divino permanece a través de la iglesia.

 Amaurota de Tomas Moro

No podemos dejar de mencionar la ciudad de Amaurota, en la isla de Utopía, del  inglés Tomas Moro. Una ciudad amurallada situada en la ladera de una colina, bañada por dos ríos, con edificios elegantes y limpios en los que cualquiera podría entrar. Todas las viviendas poseen jardines cuidados con esmero, “con tanto esmero que nunca he visto nada semejante en belleza y fertilidad,” escribía Moro. Nada se considera privado, las viviendas se intercambian una vez cada diez años, las clases han sido abolidas así como el poder del dinero, aunque persisten los criados, y las mujeres son las que se encargan de las comidas comunales. Un clásico dentro de las ciudades ideales, ejemplo de bienestar y perfección y, por supuesto, inmersa dentro de las contradicciones de su tiempo.

Ledoux: Las Salinas de Chaux 
En la Ilustración existe una gran incertidumbre sobre el camino a seguir. Lo que parece claro es que lo anterior ya no es válido. Nada más explícito del estado de ánimo de esa época, que la exclamación del Hyperion de Hölderlin: "No somos nada. Lo que buscamos lo es todo”. Ledoux junto con Boullé y Piranessi, son los arquitectos visionarios del futuro, anticipándolo en sus ideas y dibujos. Así Ledoux, en su ciudad ideal construida en las Salinas de Chaux, fábrica a su vez de extracción de sal, pretende vincular la fuerza de la naturaleza con el genio creador del individuo, siguiendo las enseñanzas de Rousseau. La ciudad tiene forma semicircular de 370 m. de diámetro, con la casa del director en el centro del conjunto.

Esta casa posee un gran frontón en forma de peristilo, imponiéndose así el establecimiento de un orden y de una jerarquía. Alrededor, las casas de los obreros, situadas en el límite que las separa del campo. Y más cercanos aún a la naturaleza, los edificios de uso común, de reunión y de comercio. La idea era compaginar el ocio, el desarrollo de la moral y la división del trabajo. Incluye también las instalaciones técnicas de extracción de sal y una serie de canales que la distribuyen al exterior. Una ciudad que no llegó a terminarse -por el inicio de la Revolución Francesa- cuyo objetivo era que los obreros pudieran trabajar, ser felices y armonizar su vida con el entorno. Siempre controlados, eso sí. En definitiva, Ledoux deseaba una ciudad mejor para una sociedad mejor, aún paternalista y jerárquica. Chaux fue en parte precursora de los falanasterios del  siglo XIX, todavía sin la noción del socialismo utópico, término acuñado por Engels.

Nos hemos acercado un poco a algunas de las ciudades ideales más importantes, construidas o no, a lo largo de la historia de la civilización occidental. Existen muchos elementos en común: una planificación ordenada y cercana a la naturaleza, casi siempre siguiendo las reglas de la simetría, el establecimiento de clases sociales, respeto al ciudadano y a su forma de vida así como un deseo de bienestar y de felicidad. Parten de una crítica radical, no siempre explícita, de la sociedad en la que se desenvuelven, de la ciudad en la que habitan y de las prioridades establecidas para el desarrollo de la persona.

Falanasterio de Fourier

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